Muchos sueñan con emprender, pero se frenan antes de dar el primer paso. “Todavía no estoy listo.” “Me falta mejorar mi producto.” “No sé lo suficiente.” “No es el momento.” Y así pasan los meses… o los años. Lo que nadie te dice es que el momento perfecto no existe. Y que nadie empieza sabiendo todo.
Los emprendedores no son personas con respuestas mágicas. Son personas que empezaron con dudas, cometieron errores y aprendieron en el camino. Algunos arrancaron sin nombre, sin logo, sin redes, sin papeles, sin experiencia. Lo que los hizo diferentes fue que no se quedaron esperando a tenerlo todo resuelto.

Cuando tú empiezas, lo más probable es que no salga como imaginabas. Te vas a equivocar, te van a cancelar pedidos, vas a calcular mal los precios, vas a quedarte sin insumos. Pero eso no es fracaso. Eso es parte del proceso. Lo importante es seguir, ajustar, mejorar… no rendirse.
Pensar que necesitas perfección para empezar es como esperar a saber nadar para meterte al agua. Nunca vas a aprender si no lo intentas. Empezar en pequeño no significa que tu sueño sea chico. Significa que eres inteligente y estás construyendo con base firme.

Lo que más frena a los latinos con talento es el miedo al “¿y si no funciona?”. Pero también deberíamos preguntarnos: ¿Y si sí funciona? ¿Y si eso que hoy te da pena ofrecer, mañana te cambia la vida?
El que empieza con lo que tiene, ya va ganando. Porque mientras otros esperan, tú ya aprendiste a hacer, a cobrar, a fallar, a levantarte. Y esa experiencia vale más que cualquier plan bonito guardado en un cuaderno.
Ningún negocio nace perfecto. Pero sí puede nacer con propósito. Y el tuyo, como el de muchos, puede nacer hoy.
Así que deja de esperar a tener todo en orden. Empieza con lo que sabes, con lo que tienes, con lo que eres. Porque el camino se aclara mientras lo caminas.
Y porque nadie que logró algo grande empezó sabiendo que lo lograría. Empezó simplemente… empezando.